Séptimo día de cuarentena

–Han tomado esta parte –dijo Irene.

Casa tomada, Julio Cortázar

Entonces le cerramos la puerta al miedo. Pero se metió sigiloso el muy hijo de puta. No advertimos su presencia hasta entrada la noche, cuando se apagó la radio y comenzaron los programas repetidos en la tele.

Nos acostamos como siempre, a pensar en ayer o soñar en mañana, y no pudimos.

¿Acaso el insomnio es el sueño del miedo?

La canilla goteaba tac

La canilla goteaba tac

La canilla goteaba tac

Cansado enfrenté la puerta, con mis piernas peludas y flacas. Ahí me esperaba el miedo, disfrazado de sombra el muy hijo de puta.

Avancé por el pasillo como si nada. Yo no le temo a la oscuridad.

Descargué torpes manotazos de ciego (La puerta del comedor jamás llegaba) hasta que arañé el picaporte frío y duro. Pensé en mi pito y su infantil vulnerabilidad. Me cubrí con una mano.

Ya no estaba ahí, pero se había olvidado la puerta de calle abierta. Mi espalda se erizó y me contuve dos segundos con las manos abiertas y rígidas.

Busqué un cuchillo -miedo hijo de puta-, el aire entraba tibio, los árboles se movían. La heladera seguía llorando fiel, imperceptible.

Alcé el brazo, el cuchillo delante, afuera ni los grillos… ahora contenía el aire.

Salí a la noche fresca. Lo vi sobre la calle muerta: Silencioso y solitario el miedo.

Mi puño temblaba, mis piernas flacas, mis pies sobre el asfalto frío, la puñalada ciega en la noche, la caída, el cuchillo de plano en el pecho, la calle sola,  mi frente en el asfalto duro.

El miedo me miró apenas, y entró de nuevo en la casa.



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About Me

Soy Franco Marín,
escritor y corrector de estilo.

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